miércoles, 12 de diciembre de 2012

El fascinus. Pascal Quignard.


El deseo fascina. El fascinus es la palabra romana que significa el falo. Hay una piedra donde está esculpido un fascinus tosco que el escultor ha rodeado con estas palabras: Hic habitat felicitas (Aquí habita la felicidad). Todas las cabezas asustadas de la villa de los Misterios - que hubiera sido más inspirado llamar la villa de lo Fascinante o incluso la cámara fascinante - convergen hacia el fascinus disimulado bajo el velo en su hornacina.
Como la mentula (el pene) no es en absoluto lo propio de la humanidad, las sociedades humanas evitan exhibir un órgano erecto (fascinum) que recuerda de manera demasiado obvia su origen bestial. 
¿Por qué la naturaleza dividió las especies en dos, en -2 millones de años, y las sometió a esa herencia muy antigua cuya función es tan aleatoria como imprevisible, que vuelve siempre incierto el origen de cada uno, que atormenta los cuerpos y obsesiona a las almas?
Ni las plantas ni los lagartos ni los astros ni las tortugas están sometidos para su reproducción a una relación libidinosa que requiere mucho tiempo y que obliga a sumar a la vez la búsqueda, la selección visual, el cortejo, el acoplamiento, la muerte (o la proximidad de la muerte), la concepción, el embarazo y el parto.
Los romanos estaban obsesionados por la fascinación, por la invidia, por el mal de ojo, por la suerte, por la jettatura. Todo lo echaban a la suerte: las copas de los banquetes, los coitos, los días fastos, las guerras. Vivían rodeados de prohibiciones, de ritos, de presagios, de sueños, de signos. Los dioses, los muertos, los parientes, los clientes, los libertos, los esclavos, los extranjeros y los enemigos - todos estaban celosos de lo que ellos deseaban, comían, emprendían. Las miradas rodaban sobre toda cosa y sobre todo ser dejando una marca, arrojando una invidia, contaminando cada cosa con su veneno, lanzando una especie de esterilidad y de impotencia.
Marcial escribió: Crede mihi, non est mentula quod digitus (Créeme, no se gobierna ese órgano como a un dedo, Epigramas, VI, 23). Plinio llamaba al fascinus “médico de la envidia” (invidia). Es el amuleto de Roma. Un hombre (homo) no es un hombre (vir) sino cuando está en erección. La ausencia de vigor (de virtud) era la obsesión. De la concepción romana del amor los modernos han conservado el taedium vitae: el “hastío de la vida” que sigue al placer, la detumescencia del universo simbólico que acompaña la detumescencia fálica, la amargura que nace del abrazo y que nunca distingue el deseo del terror ligado a la impotentia súbita, involuntaria, hechizada, demoníaca.
La indecencia ritual caracteriza a Roma: es el ludibrium. La complacencia romana en la obscenidad verbal deriva de los poemas fesceninos cantados durante la ceremonia de la priapea (el cortejo de Liber Pater). La priapea consiste en blandir el fascinus gigante contra la invidia universal.
En el -271, Ptolomeo II Filadelfo, para celebrar el fin de la primera guerra de Siria, encabezó un gran cortejo de carros que exhibían frente a todos las riquezas de la India y de Arabia. Uno de esos carros llevaba un enorme falo de oro de ciento ochenta pies de largo que los griegos llamaban Priapos. El nombre de Priapus suplantó poco a poco en Roma el nombre de Liber Pater.
Sean cuales fueran las formas de los torneos de obscenidades, las saturae, las declamationes, los sacrificios humanos en la arena, las cacerías simuladas en parques simulados (ludi), el ritual propiamente romano es el ludibrium. Ese rito de sarcasmos priápicos se extiende sobre todo el imperio. Ese juego sarcástico fue lo que Roma le aportó al mundo antiguo. Más allá del castigo, más allá del espectáculo de la muerte enfrentada o de los sacrificios puesto en escena en forma de combates a muerte, la sociedad se venga y se une mediante la ejecución risible. Es el ludus (el “juego” por excelencia, la misma palabra ludus es etrusca) que antes de ser representado en el anfiteatro es imitado en la danza y la grosería fesceninas: es la pompa sarcástica del fascinus incluso en la más mínima parcela del territorio de cada grupo. Todo triunfo contiene su secuencia de humillaciones sádicas que desencadena las risas y que asocia a los que ríen en la unanimidad vindicativa. A la punición prevista por la ley se añade la puesta en escena sarcástica donde la sociedad en masa y como masa unánime - como una lluvia de átomos agregados de repente en Populus Romanus - van a concurrir al espectáculo legislativo participando colectivamente en la venganza de la infracción.
Un ludibrium inaugura nuestra historia nacional. En septiembre del -52 tras la conquista de Alesia, César hace conducir a Vercingetorix en carro a Roma. Lo encierra durante seis años en un calabozo. En septiembre del -46, César reúne en un haz los cuatro triunfos (sobre Galia, sobre Egipto, sobre el Ponto y sobre el África) que le fueron concedidos. El cortejo parte del Campo de Marte, pasa por el circo Flaminius, atraviesa la Via Sacra y el Forum y desemboca en el templo de Jupiter Optimus Maximus. La imago de César en bronce es llevada sobre un carro tirado por caballos blancos. Setenta y dos lictores preceden a la estatua, con los fasces en la mano. El botín, los tesoros, los trofeos los siguen en largas columnas. Después están las máquinas, los mapas geográficos que ilustran las victorias y pinturas coloridas sobre grandes paneles de madera (los afiches). Uno de esos paneles representa a Catón en el instante de morir. Al término del cortejo, centenares de prisioneros desfilan bajo los sarcasmos populares, entre los cuales se distinguen Vercingetorix cubierto de cadenas, la reina Arsinoe y el hijo del rey Juba. Inmediatamente después de la celebración del cuádruple triunfo, César hace ejecutar a Vercingetorix en la oscuridad de la prisión del Mamertinum.
Un ludibrium funda la historia cristiana. La escena primitiva del cristianismo - el suplicio servil de la cruz reservado a quien se pretende Dios, la flagellatio, la inscripción Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum, el manto púrpura (veste purpurea) la corona real hecha de espinas (coronam spineam), el cetro de caña, la desnudez infamante - es un ludibrium concebido para hacer reír. Los chinos del siglo XVII que los sacerdotes jesuitas procuraban catequizar lo tomaron de entrada como tal y no comprendían que se pudiera hacer un artículo de fe con una escena cómica.
Originalmente los versos fesceninos eran sarcasmos lo más groseros posibles y los insultos sexuales alternados que los jóvenes de ambos sexos se dirigían unos a otros. A esos versos (esas réplicas alternadas y danzadas) se agregaban las saturae y las farsas atelanas. Los hombres se disfrazaban de macho cabrío atando delante de sus vientres un fascinum (un consolador, un olisbos). En las Lupercales se disfrazaban de lobos, purificando a todos los que encontraban a su paso flagelándolos. En las Quinquatries se disfrazaban de mujeres. En las Matronalia las matronas se volvían siervas. En las Saturnales los esclavos usaban las ropas de los Patres y los soldados se disfrazaban de prostitutas. Jesús está disfrazado de “rey de las Saturnales” llevado hacia su crux servilis. Antes de que satura significara novela, el recipiente llamado lanx satura quería decir popurrí de las primicias de todos los productos de la tierra. Cuando Petronio compuso bajo el Imperio la primera gran satura, hizo un popurrí de historias obscenas cuyo objeto consistía siempre en despertar la mentula desfalleciente del narrador del relato para volver a transformarla en fascinus.

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Carior est ipsa mentula (Mi pene es más precioso que mi vida). Las vestales eran seis, confiadas al cuidado de la mayor, la Virgo maxima. Cuidaban el objeto talismánico irrevelable y mantenían la llama de la tribu. La que violaba el voto de castidad era enterrada viva en el Campo Infame, cerca de la Puerta Collina, donde las lobas (las prostitutas vestidas con la toga marrón obligatoria que más tarde retomaron los monjes penitentes) daban el 23 de abril sus acciones de gracias a Venus Salvaje y se desnudaban completamente ante el pueblo para someter sus cuerpos a su juicio. Las vestales protegían a Roma (fuego y sexo). El sexo de cada hombre estaba bajo la protección de un genius al cual le sacrificaba flores (órganos sexuales femeninos) bajo la protección de Liber Pater. Son las Floralia. Genius es aquel que engendra (gignit o también quia me genuit). El primer “ángel guardián” es un ángel sexual. De la misma manera la cama conyugal de dos plazas se llamaba el lectus genialis. Cada hombre tiene un genius que salvaguarda sus genitalia de la impotentia y protege a su gens de la esterilidad. Galeno escribió de manera más sorprendente que el logos spermatikós era para los testículos lo que el oído era para la oreja y lo que la mirada era para los ojos.
La impotencia (languor) es la obsesión romana y converge con el espanto. En el libro III de los Amores, Ovidio relata un fiasco y describe los terrores supersticiosos que lo rodean: “En vano la tuve entre mis brazos. Estaba inerte (languidus). Yacía como un fardo sobre la cama. Yo sentía deseos. Ella sentía deseos. Pero no pude esgrimir mi sexo (inguinis). Mis riñones estaban muertos. Por más que ella rodeaba mi cuello con sus brazos más blancos que la nieve de Sithonia, deslizaba su lengua dentro de mi boca, provocaba mi lengua. Por más que pasaba su pierna debajo de la mía, me llamaba su dueño (dominum), susurraba todas las palabras que excitan. Mi miembro adormecido, como frotado por la fría cicuta, no me secundó. Yacía inerte, pura apariencia, peso inútil, a medio camino entre el cuerpo de un hombre y una sombra de los infiernos. Ella se fue de mis brazos tan pura como la Vestal que va piadosamente a velar la llama eterna. ¿Acaso un veneno de Tesalia paraliza mis fuerzas? ¿Acaso un hechizo? ¿Son hierbas que me hacen mal? ¿Acaso una maga escribió mi nombre en la cera roja? ¿Hundió una aguja acerada en medio de mi hígado? Si se le lanza un sortilegio, Ceres no es más que una hierba estéril. También las fuentes se secan cuando les hacen una brujería. El encantamiento separa la bellota del roble. El racimo de uvas cae de la vid. Los cantos funestos hacen caer los frutos del árbol antes de que se lo haya sacudido. ¿No podrían también las artes de la magia dormir ese nervio (nervos)? ¿Eso fue lo que me volvió impotente (impatiens)? A todo esto se añadió la vergüenza (pudor). La vergüenza amplificó la flaqueza. ¡Y qué maravillosa mujer tenía sin embargo ante mis ojos! La tocaba tan de cerca como su túnica la roza durante el día. Pero la infortunada no tocaba a un hombre (vir). La vida junto a la virilidad se habían separado de mí. ¿Qué placer les puede provocar a oídos sordos el canto de Phemius? ¿Qué placer puede darles a los ojos muertos de Thamyras un cuadro pintado (picta tabella)? ¿Qué placeres no me había prometido secretamente para esa noche? Había soñado los gestos. Había imaginado las posiciones. Y todo para mi miembro, lamentable, como muerto por anticipado (praemortua), más languideciente que una rosa cortada la víspera. Pero sucede que ahora se endurece, recobra un vigor a destiempo (intempestiva). Y entonces reclama servicio y quiere emprender el combate. ¡La peor parte de mí mismo (pars pessima nostri), no tienes pudor! Traicionaste a tu dueño (dominum). Dulcemente ella acercó su mano, lo tomó, lo movió (sollicitare). Pero cuando todo su arte resultó sin efecto exclamó: "¿Te burlas (ludis) de mí? ¿Quién te forzaba, insensato, a venir a extender tus miembros en mi cama si no tenías deseos? ¿O acaso la envenenadora de Ea anudó sus tablillas para lanzarte un sortilegio? ¿O antes de venir aquí te agotó otra muchacha?" En seguida saltó de la cama, cubierta simplemente con su túnica, sin tomarse el trabajo de atar sus sandalias. Luego, para disimular que estaba intacta de mi semen, fingió que se lavaba la ingle”.

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El sexo está ligado al espanto. En Apuleyo, Psique se pregunta (Metamorfosis, VI, 5): “¿En qué noche (tenebris) puedo esconderme (abscondita) pasa escapar (effugiam) de los ojos inevitables (inevitabiles oculos) de la gran Venus (magnae Veneris)?” Lucrecio habla de un “deseo ansioso”, de un “deseo aterrador” (dira cupido) y define la cupiditas de ese deseo como la “herida secreta” (volnere caeco) de los hombres. Virgilio define al mismo amor: “una antigua y profunda herida que arde con un fuego ciego o secreto” (gravi jamdudum saucia cura volnus caeco igni). Catulo lo transforma en una enfermedad mortal (Carmina, LXXVI): “Oh Dioses, si la piedad les pertenece, si conceden a los hombres algo más que el espanto a la hora de morir, dirijan sus ojos hacia mí (me miserum adspicite), hacia mi miseria. Mi vida ha sido pura. Ayúdenme a cambio. Líbrenme de esta peste (pestem): el amor, ese veneno (torpor) congelado en mis huesos, que se destila en mi sangre, que ahuyenta la alegría (laetitia) del corazón”.
El orgasmo era descripto como la summa voluptas, primero cálida, luego fricativa, luego tempestuosa, finalmente explosiva. Explota, en la cresta de la ola (antes de la espuma masculina) por la cual la carne mortal conoce el poder de reproducirse y se revela capaz de asegurar la continuidad del cuerpo social. Las sociedades griega y romana no disociaban biología y política. El cuerpo, la ciudad, el mar, el campo, la guerra, la obra eran confrontados con una sola vitalidad, estaban expuestos al mismo riesgo de esterilidad, sujetos a las mismas exigencias de fecundidad.
El hombre no tiene el poder de permanecer erecto. Está condenado a la alternancia incomprensible e involuntaria de la potentia y la impotentia. Unas veces es pene y otras falo (mentula y fascinus). Razón por la cual el poder es el problema masculino por excelencia ya que es su fragilidad característica y la ansiedad que absorbe todas sus horas.
La eyaculación es una pérdida voluptuosa. Y la pérdida de la excitación que resulta de ella es una tristeza puesto que es el agotamiento de lo que brotaba. Sucede que no hay otra civilización que haya experimentado más esa tristeza que la civilización romana. Es cierto que la pérdida del semen puede mostrarse fecunda pero esa fecundidad nunca puede ser percibida corno tal en el instante humillante del encogimiento y la retracción del membrum virile fuera de la vulva.
El fascinus desaparece dentro de la vulva y resurge como mentula.
La virilidad del hombre se hunde en el goce zoológico de la misma manera que el cuerpo del hombre desaparece en la muerte. Porque el sí mismo más íntimo del hombre (vir) nunca está en el interior de su cabeza ni en los rasgos de su rostro: el sí mismo está allí donde se dirige la mano masculina cuando el cuerpo se siente amenazado.
A una religión contagiosa, cada vez más sincrética ya que asociaba a su propio triunfo, a su propia “piedad”, todas las religiones de los pueblos a los que vencía, le corresponde un temor cada vez más maléfico. Los romanos, que estaban atestados de gestos conjuratorios, se atestaron de apotropaion de toda naturaleza para apartar el mal de ojo e incluso para desarmarlo mediante el sarcasmo del ludibrium, para “devolverlo al remitente” como Perseo devolvió con su escudo la mirada de Medusa. Apotropaion designa en griego la efigie que aparta el mal y cuyo carácter terribilis provoca al mismo tiempo la risa y el espanto. El griego apotropaion se dice en latín fascinum. El fascinum (el fascinus artificial) es un baskanion (un preservativo contra el mal de ojo). Plutarco dice que el amuleto itifálico atrae la mirada del fascinador (fascinator) para impedirle que se fije sobre la víctima. De allí el increíble arsenal, nunca exhibido en los museos, de amuletos, de colgantes obscenos, cintos, collares, gnomos burlescos, todos de forma priápica, en oro, en marfil, en piedra, en bronce que constituyen lo esencial de lo desenterrado en las excavaciones arqueológicas. Los dedos mayores extendidos (digitus impudicus, el puño cerrado excepto el dedo mayor, mesos dactylos, apuntando hacia arriba, era el insulto ,supremo), los amuletos que representan la fica (asomar la punta del pulgar entre el índice y el mayor), los pies de mesa fálicos, los pies de lámparas, por último los tintinnabulum de bronce o de metal (fascinus a los que se colgaban pequeñas campanillas y que se ataban a la cintura, en los dedos, en las orejas, de las vigas, en los candelabros, en los trípodes). El cuerpo humano no presenta más que una parte singularmente tintineante, el pene del hombre y, en menor grado, el escroto, luego las mamas y las nalgas femeninas cuando están plenas de adiposidad. A ese respecto lo que resulta afectado es la sexualidad humana en las panes que suscitan el deseo, es decir, en las partes que atestiguan el deseo mediante la vacilación. Son esas formas eminentemente signadas por metamorfosis, ubicadas en el límite del cuerpo, amenazando con caerse, las que de hecho son las más protegidas. Las mujeres de la antigua Roma al igual que las de Roma imperial atestiguaron esa obsesión con el vendaje de los senos. El corpiño, que en griego se dice strophion y en latín fascia, está ligado pues al fascinum de los hombres. Bajo el velo de esa tela no cosida se disimulaban unas cintas de cuero de vaca que comprimían las mamas. Raras son las pinturas eróticas que revelan el pecho femenino. Tácito (Anales, XV, 57) muestra a Epicharis, implicada en la conjuración de Pisón, sacándose fascia para estrangularse con ella.
“Nuestro barrio rebosa a tal punto de divinidades protectoras que es más fácil encontrar a un dios que a un hombre”, declara de pronto Quartilla en la novela de Petronio. (Se encuentra más frecuentemente en las calles de Roma, de Pompeya o de Nápoles, un fascinus de piedra o de bronce que una mentula de hombre.). En Nápoles, a Anicetus que venía a asesinarla en su cama, Agripina le gritó: “¡Golpea en el vientre!” “¡Golpea en el vientre!”, es la palabra de Roma. En la novela de Apuleyo, Photis se vuelve hacia Lucius y percibe su sexo erecto que levanta su túnica (inguinum fine lacinia remota). Ella se desnuda, sube encima de él y, disimulando con su mano rosada su vulva depilada (glabellum femina rosea palmula obumbrans), le grita: Occide moriturus! (¡Mata al que debe morir!)

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Mario había sido el amo de Roma cuando debió huir escondido en una carreta. Llegó a la costa. Se tira en una barca, agotado de cansancio. Los marinos abandonan los remos y lo dejan solo mientras duerme. Sacado de las marismas de Minturmes, arrojado en prisión, el vencedor de los Cimbros sólo encuentra refugio en las ruinas de Cartago. Un romano le da caza como si no fuera más que un esclavo. Mario recupera el poder y durante seis días hace correr la sangre en las calles de la Ciudad. Ni Octavius ni Merula se salvaron por su dignidad de cónsules. Mario tiene setenta años. El vino lo ha vuelto tembloroso. Muere después de haber ejercido siete días su séptimo consulado. Había usado tan violentamente su mentula en el desenfreno que un guardia, al ver su túnica levantada en la agonía de la muerte, observó que el pedazo de carne que le quedaba no alcanzaba el tamaño de una uña.
En el -79 Sila abdica su dictadura. Se retira a su casa de Cumas. “El dichoso Sila” (Felix Sylla) muere tras haberse visto atormentado en vida por los versos que habían atacado en primer lugar su mentula.
Recordamos las palabras de César sobre Bruto: “No me asustan los que arnan el desenfreno ni sospecho de los que codician el lujo: le temo a los magros y a los pálidos”. El día de los Idus de Marzo, luego de que Metelo tomara la toga de César con las dos manos y descubriese su espalda, Casca fue el primero en herirlo con su espada. Todos lo hirieron a su vez o juntos y algunos se lastimaron entre ellos deseando herir. Plutarco dice que César murió atravesado por veintitrés estocadas. El golpe de Bruto, su sobrino, fue en la ingle de César, porque su tío había metido su mentula en el sexo de su madre. Cuando César vio a Bruto hundir la espada en su bajo vientre, no opuso más resistencia a los asaltantes. Se cubre el rostro con su toga y se abandona enteramente al hierro y a su fin.

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Afrodita nació de la espuma de un sexo de hombre cortado. O bien es representada surgiendo de una ola - que de todas maneras no es sino la espuma de ese sexo arrojado al mar. Los antiguos griegos decían que lo que el falo evacuaba se parecía a la espuma del mar. Galeno, en el De Semine, describe el esperma como un líquido blanco (dealbalum), espeso (crassum), espumoso (spumosum), animado y cuyo olor es cercano al que esparce el saúco.
¿De qué coito nace Afrodita? Uranos abraza a Gaia. Emboscado detrás del seno de su madre, Cronos con la hoz curva (harpé) en su mano derecha agarra con su mano izquierda las partes genitales de Uranos, las corta junto con el falo y después tira todo detrás suyo teniendo cuidado de no darse vuelta (Hesíodo, Teogonía, 187). Las gotas de sangre caen sobre la tierra: son las guerras y los conflictos. El sexo por su parte todavía erecto cae en el mar y en seguida Afrodita surge de las olas.
Si bien las secreciones de las mujeres son más abundantes (la sangre y la leche), parecen menos misteriosas que el “eyaculado” viril, activo, surgiendo del fascinus a la manera de una brusca fuente minúscula. El fondo indígena de la sexualidad romana es espermático. Jacere amorem, jacere umorem. Amar o “eyacular” no se distinguen. Es la jaculatio, la jactantia viril. Es Anquises y Venus y la incapacidad de Anquises para conservar el secreto que le pidió Venus (jactantia). Es lanzar dentro del cuerpo el licor brotado de su cuerpo (jacere umorem in corpus de corpore ductum). Es derramar su semen sometiendo indiferentemente pueri sin vello (llamados “mejillas frescas” o “mejillas de durazno”) o mujeres. Es satisfacer con una piedad obsesiva el crecimiento religioso del deseo que la belleza del otro ha acumulado en todo el cuerpo.
La naturaleza de las cosas, como la naturaleza del hombre, es un solo e idéntico crecimiento. En griego physis designa ese brotar, ese crecimiento de todos los seres sublunares o celestes. Lucrecio describe en el canto IV del De natura rerum el ascenso, la invasión, el crecimiento del esperma en el cuerpo del hombre, el combate que deriva de ello, la enfermedad (rabies, rabia, dice Lucrecio; pestis, peste, dice Cátulo) que engendra: “Desde que la edad adulta (adultum aetas) fortifica nuestros órganos, el semen fermenta en nosotros. Para hacer brotar el semen humano del cuerpo humano es preciso que lo solicite otro cuerpo humano. Y entonces el semen es expulsado (ejectum) de sus propias moradas. Parte, desciende por todas las partes del cuerpo, miembros, venas, órganos, los abandona y se concentra en las partes genitales del cuerpo (partis genitales corporis). En seguida irrita (tument) el sexo. Lo hincha de esperma. Nace entonces el deseo de la eyaculación (voluntas ejicere), de lanzarlo hacia el cuerpo al que nos lleva un terrible deseo (dira cupido). Hombres heridos, caemos siempre del lado de nuestra herida (volnus). La sangre salta en la dirección de donde partió el golpe, salpicando al enemigo con su líquido rojo (ruber umor). Así, bajo los rasgos de Venus, cualquiera sea el atacante, muchacho de miembros de mujer o mujer toda arqueada por el deseo, el hombre se extiende hacia quien lo ha herido. Arde por unirse a él (coire), por rociar en ese cuerpo el licor brotado de su cuerpo - deseo sin lenguaje (muta cupido) que prevé el placer (voluptatem). Así se define Venus para nosotros, epicúreos. Eso es lo que significa la palabra amor (nomen amoris). Esa es la dulzura que destila Venus gota a gota en nuestros corazones antes de paralizarlos de angustia. ¿Está ausente aquel que amamos? Su imagen está allí, delante nuestro. La dulzura de su nombre resuena obstinadamente en la cavidad de las orejas. Otros tantos simulacros de los que hay que huir sin descanso. Alimentos del amor (pabula amoris) de los que hay que abstenerse. Hay que dirigir la mente hacia otra parte y arrojar en un cuerpo cualquiera ese esperma acumulado en nosotros, antes que reservarlo al único amor que nos posee y asegurarnos la angustia y el dolor. Porque si se alimenta la úlcera (ulcus), se aviva y se arraiga. Día tras día aumenta su locura (furor). Día tras día el malestar se hace cada vez más grave si no sabes curar la herida originaria multiplicando las heridas, si no acrecientas con vagabundeos la Venus de las calles, errante (volgivaga), si no puedes ofrecerle derivativos a la pulsión (motus). Huir del amor es lo contrario de privarse de gozar. Huir del amor es acercarse a los frutos de Venus sin ser extorsionado. La voluptuosidad es mayor y más pura para quienes piensan fríamente, antes que para las almas desdichadas cuyo ardor se tambalea en las olas de la incertidumbre en el instante de la posesión. Sus ojos, sus manos, sus cuerpos no saben de qué gozar primero. Aprietan estrechamente ese cuerpo tan codiciado hasta hacerlo gritar. Sus dientes imprimen su huella en los labios que aman. Puesto que no es pura, su voluptuosidad es cruel y los incita a herir el cuerpo, cualquiera sea, que hizo levantarse en ellos los gérmenes (germina) de esa rabia (rabies). Nadie apaga la llama con el incendio. La naturaleza se opone a ello. Es el único caso en que cuanto más poseemos, tanto más la posesión envuelve el ánimo con un terrible deseo (dira cupidine). Beber, comer, esos deseos se colman y el cuerpo absorbe más que la imagen del agua o la imagen del pan. Pero de la belleza de un rostro, del brillo de una tez, el cuerpo no puede absorber nada. Nada: come simulacros, esperanzas extremadamente livianas que el viento rapta. Corno un hombre al que la sed devora en medio del sueño. En medio de su fuego ningún agua se le facilita. No recurre sino a imágenes de arroyos. Se encarniza en vano. Muere de sed en el medio del torrente en que bebe. Así los amantes en el amor son juguetes de los simulacros de Venus. Finalmente sus cuerpos presienten la inminencia de la dicha (gaudia). Es el instante en que Venus va a sembrar el campo de la mujer. Hincan (adfigunt) ávidamente sus cuerpos. Unen sus salivas (jungunt salivas). Con la boca sólo aspiran el aire de los labios donde aplastan sus dientes. Es en vano. No pueden arrancar ninguna parcela de ese cuerpo. No pueden sumergir completamente sus cuerpos en un cuerpo. No pueden pasar completamente al otro cuerpo (abire in corpus corpore toto). Por momentos se creería que eso es lo que quieren, tanto cierran con avidez en torno a ellos los lazos que los unen. Cuando por último los nervios ya no pueden contener el deseo que los tensa, cuando el deseo hace erupción (erupit), se produce una breve tregua. Por un breve momento, el violento ardor se calma. Y luego regresa la misma rabia (rabies), el mismo frenesí (furor). De nuevo buscan lo que anhelan. De nuevo se preguntan qué desean. Extraviados y ciegos, se consumen, atormentados por una invisible herida (volnere caeco)”.

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Morpho es el sobrenombre de la Venus de Esparta. Para los lacedemonios Afrodita es la morphé (en latín forma, la belleza) que se opone a lo masculino, a la divinidad fálica fascinante, al dios amorphos (o incluso kakomorphos, o también asemos, en latín deformis). Aristóteles define así al sexo masculino (De las partes de los animales, 689, a): “lo que aumenta y disminuye de volumen”. Metamorphôsis es el deseo masculino. Physis en griego significa tanto la naturaleza como el phallos.
De augere deriva auctor lo mismo que Augustus. El nacimiento del Imperio coincide con ese epíteto que expresa ya el destino al cual va a estar sujeta la sexualidad imperial. El 16 de enero del -27, Octavio se convierte en Augusto y el mes sextilis se convierte en agosto. Augustus, aumentador, tal es la función estatutaria imperial. Queremos que vuelva la primavera, que crezcan las cosechas, que abunde la caza, que los niños salgan del vientre de las madres, que los penes se alcen como fascinus y entren al lugar de donde aquéllos salen para que los mismos niños vuelvan de nuevo. Caelius decía que había cuatro etapas en las enfermedades: el ataque (initium), el acceso (augmentum), la disminución (declinatio), la remisión (remissio). El momento de la pintura es siempre el augmentum.
La eudaimonia de los griegos se convirtió en esa augmentatio, esa inflatio que es la solemne auctoritas romana. Los modernos ya no perciben la palabra inflación en el sentido de dar forma inflando. Flare, inflare, phallos, fellare giran en torno a una misma forma propia de quienes tocan la flauta dionisíaca o quienes soplan el vidrio. Es darle a lo real una consistencia excitada, aumentada.
En la filosofía de Epicuro, medicina y filosofía se confunden. En la filosofía estoica, el logos espermático rige el mundo. El universo es un gran animal, el cosmos es un gran zôon - que el pintor (zô-graphos) escribe. Platón afirma en el Menexemo (238 a): “Pues no es la tierra la que ha imitado (memimetai) a la mujer en el embarazo y el parto sino la mujer a la tierra (alla gyné gen)”. Plutarco refiere estas palabras de Lamprias (De Facie, 928): “Los astros son ojos portadores de luz insertados en el rostro del Todo. El sol envía con la fuerza de un corazón la luz a todas partes corno si fuera sangre. El mar es la vejiga de la naturaleza. La luna es el hígado melancólico del mundo”. Siendo Venus la madre de Roma, una gran invocación a Venus le brinda su rostro a la “naturaleza de las cosas” según Lucrecio: “Madre de la raza de Eneas, voluptas de los hombres y de los dioses, oh Venus nutricia, tú que bajo los signos errantes del cielo haces fecundo el mar que trae los barcos, fertilizas la tierra que trae las cosechas, pues toda concepción tiene su origen en ti, ya que por ti toda especie viviente nace a la luz del sol, diosa, los vientos desaparecen cuando te acercas, las nubes se disipan, crecen las flores, se hinchan las olas, el cielo resplandece, los pájaros vuelan, los rebaños saltan. Madres, montañas, ríos impetuosos, campos reverdecientes, tú trabajas con el deseo. Aseguras la propagación de las especies. Sin ti nada arriba a las orillas divinas de la luz. Sólo tú gobiernas la naturaleza”. Lucretius Carus engloba en una sola e idéntica voluptas igualmente a la Venus Forma de Esparta, a la Venus Calva del Capitolio, a la Venus Obsequens (obediente) del Valle del gran circo, a la Venus Verticordia de las matronas (que aparta a los corazones del desenfreno), a la Venus Salvaje cercana a la puerta Collina. Esa Venus Salvaje (o también Erycina o Africana o Siciliana) se convirtió en la diosa de Sila, la Venus Victrix (victoriosa) fue la de Pornpeyo, la Venus Genitrix (madre de Eneas y madre de todos los Julii) fue la de César y finalmente la Venus patrona del Imperio al punto de que Vespasiano la identificó con Roma. Es la diosa patrona de todo lo que es dichoso, del vino, del 23 de abril, de cada primavera, de cada floración, de toda profusión, de toda exuberancia, de todo lo que exalta la vida.
Los jugadores de dados llamaban “golpe de Venus” a la combinación más favorable (1, 3, 4, 6 de una sola vez).
Tres siglos más tarde, hacia el 160, las Metamorfosis de Apuleyo termina con un himno a la divinidad lunar que gobierna la generación de los hombres y la formación de los sueños, de los demonios y de las sombras. Lucius acaba de despertarse en la playa de Cenchrées con un miedo repentino (pavore subito). Abre los ojos: ve el disco lleno de la luna emergiendo de las olas del mar Egeo. El héroe corre hacia el mar y hunde siete veces su cabeza en las aguas. Entonces se atreve a invocar a la .reina del cielo (regina caeli) bajo todos sus nombres: Venus, Ceres, Hebe, Proserpina, Diana, Juno, Hécate, Rhamnusia... y vuelve a dormirse en la costa de Cenchrées.
La reina de la noche, bajo la forma de Isis, se le aparece en sueños. Está coronada con un espejo, envuelta en un inmenso manto negro - un inmenso manto de una negritud tan oscura que resplandece (palla nigerrima splendescens atro nitore). Isis le responde a Lucius: “Soy la naturaleza, madre de las cosas, señora de todos los elementos, origen y principio de los siglos, divinidad suprema, reina de los Manes, primera entre los habitantes del cielo, arquetipo de los dioses y las diosas. Yo gobierno las bóvedas luminosas del cielo, las brisas saludables del mar, los silencios desolados de los infiernos”. Fue así que el daimôn de la luna o más bien la diosa de los demonios, la única diosa que influye en el mundo sublunar, el “hígado melancólico del mundo” de Lamprias, la demonio guardiana de los dioses, defensora de la sangre de las mujeres y de la reproducción, protectora de los Genius de los hombres y de los Manes de los padres, sustituyó súbitamente a la Venus de Lucrecio, de César, de Augusto, que había fundado el linaje de la ciudad romana desde Anquises, que había legitimado la genealogía imperial, que había autorizado la divinización de los primeros emperadores.
Isis expulsa a Venus. Al devorar el imperio toda la superficie del mundo conocido, la religión integró las escenas mitológicas de las religiones de las diferentes provincias para reformular sin cesar la misma escena: Isis buscando en la tierra el falo de Osiris que ella misma ha cortado. Attis castrándose a sí mismo para Cibeles.
Una inscripción mucho más tardía que el texto de invocación a Isis de Apuleyo fue exhumada en Tívoli. La estela fue erigida por Julius Agathemerus. La inscripción frontal dice así: “Al Genius del divino Priapus, potente, eficaz, invicto. Julius Agathemerus, liberto imperial, ha edificado este monumento, con el apoyo de sus amigos, advertido por un sueño (somno monitus)”. La inscripción posterior dice así: “Salud Inviolable (Sanctus) Priapus, Padre de todas las cosas, Salud. Dame una juventud floreciente. Concédeme que le guste a los muchachos y a las chicas por mi fascinus provocativo (fascino procaci) y que expulse mediante juegos (lusibus) frecuentes y bromas (jocis) las preocupaciones que agobian el ánimo. Que no tema demasiado la penosa vejez y que no me angustie en absoluto el espanto (pavore) de una muerte desdichada, muerte que me arrastrará hacia las moradas odiosas del Averno donde el rey mantiene a los Manes que sólo son fábulas (fabulas), lugar de donde los destinos prohíben regresar. Salud Santo Padre Priapus, Salud”. Las inscripciones laterales dicen así: “Reúnanse todas, jóvenes chicas que veneran el bosque sagrado. Muchachas que veneran las aguas sagradas. Reúnanse todas y díganle al encantador Priapus con voz halagadora: Salud Santo Padre de la Naturaleza Priapus. Abracen las partes genitales (inguini) de Priapus. Rodeen luego su fascinus con mil coronas que lo adornen y díganle de nuevo juntas: Oh Priapus Poderoso (Potens), Salud. Ya sea que quieras ser invocado como Creador (Genitor) y Autor (Auctor) del Mundo o sea que prefieras ser llamado simplemente Naturaleza (Physis) y Pan, Salud. Es en efecto gracias a tu vigor (vigore) que son concebidas las cosas que llenan la tierra, que colman el cielo, que contiene el mar. Salud entonces Priapus, Salud Santo. Si tú lo quieres, Júpiter en persona depone espontáneamente sus crueles rayos y, de deseo (cupidus), abandona su residencia luminosa. A ti te veneran la bondadosa Venus, el ardiente Cupido, la Gracia y sus dos Hermanas, lo mismo que Baco dispensador de la alegría (laetitiae dator). En efecto, sin ti ya no hay Venus. Las Gracias no tienen gracia. Ya no hay Cupido ni Baco. Oh Priapus, Poderoso Amigo, Salud. A ti te invocan las vírgenes púdicas en sus plegarias para que desates sus cinturones por tanto tiempo atados. A ti te invoca la esposa para que su marido tenga a menudo el nervio rígido y siempre potente (nervus saepe rigens potensque semper). Salud, Santo Padre Priapus, Salud”.
¿Quién es Agathemerus el Liberto? ¿Acaso esta inscripción es una parodia del himno a Venus que abre el De natura rerum? ¿Es un ludibrium? ¿O fue grabada por un discípulo austero de Epicuro que, al igual que Apuleyo de Madauro, evidentemente leyó los libros de Lucrecio? A decir verdad, si se hallara una respuesta a estas preguntas no importaría demasiado. En Roma no es posible distinguir lusus y religio, sarcasmo y sacrificio, Dios burlado o Dios poderoso. Fascinus o Priapus fue honrado con estelas durante todo el Imperio. Priapus es el “primero de los dioses”, el dios Prin, el dios Priopoiein (el dios que “crea-antes” de la misma creación). Sin la menor duda, Priapus fue el dios más representado del Imperio. Sarcasmo viene del griego sarx, que es la palabra que empleaba Epicuro para designar el cuerpo (sôma) del hombre y el único lugar de la felicidad posible. El sarkasmos es la piel tomada del cuerpo del enemigo al que se ha matado. Cosiendo esas pieles “sarcásticas”, el soldado formaba un manto de victoria. Con mayor frecuencia Atenea enorbola la cabeza de Gorgona sobre su escudo, pero en ocasiones la diosa lleva sobre su espalda el despojo (el sarkasmos) de Medusa. El latín carni-vore traduce literalmente el griego sarko-phage.
No se puede ubicar en ninguna parte ese sarx extraño, amorfo, del falo de los griegos, del fascinus de los romanos. Es atopos, su lugar es atopia. Está oculto bajo la toga de los Padres; no está en la ciudad; no está en la representación. Lo que no está se asienta sobre “lo que no es”: lo imaginario. Y sin embargo lo que no es surge de repente, se yergue entre los cuerpos. Lo que se yergue no es poseído por lo masculino ni suscitado por lo femenino. Lo que se yergue sin voluntad, lo que brota siempre fuera de lugar, fuera de lo visible, es el dios. Es obvio que la estatuaria está vinculada a lo permanentemente erguido. Mientras que el deseo que anima a la pintura es consagrarse al desvelamiento de lo que no puede aparecer, a la alétheia de lo que no puede ser visto. Una y otra procuran hacer que la corrupción y la mortalidad vayan hacia la erección y la vida eternizada. Una y otra son el instante del salto del nadador justo antes de la zambullida en la muerte de la misma manera que Parrhasios el Zoógrafo pintaba, “justo antes” de que muriese, al viejo esclavo de Olinto.



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